Colombia ha atravesado, a lo largo de su historia, profundas tensiones políticas y embates violentos contra la institucionalidad. Sin embargo, desde la llegada de Gustavo Petro al poder –quizás como herencia de su pasado subversivo o reflejo de su talante personal– el país ha sido arrastrado a una fractura inédita en la era republicana reciente.
La Constitución Política, en su artículo 188, ordena: "El Presidente de la República simboliza la unidad nacional (…) y se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos". Petro, lejos de honrar este mandato esencial, se ha erigido como el principal agente de polarización. El resultado: una nación crispada, dividida, herida. Y el ejemplo más dramático de esta espiral de confrontación fue el atentado criminal contra el precandidato presidencial de la oposición, Miguel Uribe Turbay, perpetrado el pasado 7 de junio.
Lejos de fungir como factor de reconciliación, Petro ha cultivado un discurso pendenciero, cargado de resentimiento, desdén y agresividad hacia sus opositores. Su retórica, amplificada desde la plaza pública y sus redes sociales, ha contaminado el debate democrático, sembrando odio de clases y resquebrajando la convivencia nacional.
Solo dos días antes del atentado, Petro escribió en su cuenta de X: "¿El nieto de un presidente que ordenó la tortura de 10.000 colombianos, hablando de ruptura institucional?". Una afirmación perversa, dirigida a ofender a Miguel Uribe, que alude con infamia a su abuelo, el expresidente Julio César Turbay Ayala.
Turbay Ayala jamás ordenó actos de tortura ni promovió persecución contra ciudadano alguno. Por el contrario, enfrentó con serenidad episodios críticos, como la toma violenta de la embajada de la República Dominicana en 1980, ejecutada por el grupo terrorista M-19 –al que pertenecía el propio Petro–. Tras dos meses de tensas negociaciones, Turbay logró la liberación de los 60 secuestrados sin derramamiento de sangre, aceptando incluso la mediación del dictador Fidel Castro para garantizar la salida hacia Cuba, sanos y salvos, de los guerrilleros.
Las palabras de un gobernante no se las lleva el viento. Pueden convertirse en rabia colectiva.
Petro no acudió a esa memoria histórica para reconocer el temple del expresidente Turbay, sino para atacar, con saña y falsedad, a su nieto. El "pecado" de Miguel Uribe fue haber anunciado una demanda contra un cuestionado nombramiento ministerial. La respuesta presidencial fue desproporcionada, incendiaria e irresponsable.
Y tras el atentado, cuando el país entero esperaba un gesto de grandeza, Petro reincidió. En lugar de pronunciarse con claridad y contundencia contra la violencia, escribió: "Quieren matar al hijo de una árabe en Bogotá, que ya habían asesinado (…) Matan al hijo y a la madre", en referencia a Diana Turbay, madre de Miguel, también víctima del terrorismo. No hubo empatía ni compasión, solo instrumentalización emocional del dolor ajeno y un absurdo tufillo xenofóbico.
Aquella misma noche, en una desconcertante alocución por los canales de la televisión, Petro deambuló entre referencias a Bolívar y Cien años de soledad, eludiendo concentrarse en el hecho central. Atacó –sin nombres– a quienes, según él, politizaban la tragedia, tildándolos de "asquerosos, truhanes y ratas de alcantarilla". Ni un llamado a la unidad. Ni una sola medida de seguridad. Ninguna actitud de jefe de Estado.
Hoy, cuando la nación exige serenidad, Petro debería ser el primero en bajar el tono. No puede exigir mesura a la oposición mientras él incendia los ánimos con cada palabra. En toda democracia, la oposición tiene derecho a ser crítica y beligerante; el Presidente, en cambio, está obligado a ser un ejemplo de tolerancia, equilibrio y cohesión nacional. El discurso de odio es un arma letal. Las palabras de un gobernante no se las lleva el viento. Pueden convertirse en rabia colectiva. Y esa rabia, cuando estalla, se transforma en tragedia, en sangre derramada.
Adenda. Al momento de escribir estas líneas, Miguel Uribe Turbay continúa en delicado estado de salud. Elevamos oraciones al Todopoderoso por su vida y su pronta recuperación.