¿Por qué será que la edad de Joe Biden y sus
lapsus linguae orillan a los demócratas a debatir la viabilidad de su candidatura a la presidencia, mientras que la edad, sus
lapsus linguae y la conducta criminal de Donald Trump no generan dudas entre sus seguidores?
Una posible explicación es que los demócratas somos más indisciplinados y los republicanos, más sumisos. Esta verdad, sin embargo, parece insuficiente para ayudarnos a comprender las diferencias entre nosotros.
Lo evidente es la mutua animadversión que sentimos. Los sondeos de opinión muestran una casi total falta de respeto a la capacidad mental del otro. Según el Pew Center, el 70 % de los demócratas pensamos que los republicanos son de mente cerrada y el 52 % de los republicanos piensan lo mismo sobre los demócratas.
Desconfiamos del otro porque nuestra visión del mundo, Weltanschauung, es diametralmente opuesta a la de ellos.
Históricamente, esta divergencia ha sido estudiada como el síndrome del “nosotros contra ustedes” y, por supuesto, el fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos.
Adolf Hitler utilizó a los judíos para justificar una supuesta lucha entre “ellos contra nosotros”, Stalin recurrió a la ideología para eliminar a sus opositores en otra batalla entre “ellos contra nosotros”. Un ejemplo más cercano a Latinoamérica es el del mexicano Andrés Manuel López Obrador, que lleva años dividiendo a los mexicanos entre “nosotros los pobres y ustedes los ricos”, “nosotros los puros y ustedes los corruptos”.
Esta divergencia ha sido estudiada como el síndrome del “nosotros contra ustedes” y, por supuesto, el fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos.
En Estados Unidos la disparidad de las visiones es enorme. Siete de cada 10 demócratas y republicanos creen que elegir a funcionarios del otro partido dañaría para siempre al país porque están convencidos de que su grupo político es víctima de la opresión de otro grupo.
La desunión de la Unión Americana entre los que viven en centros urbanos y comunidades rurales, entre los del norte y los del sur, en la costa del Pacífico o en el centro del país es cada vez más profunda. Y esto es así porque en 2024 todavía hay quienes siguen añorando un pasado en el que no se discutía la hegemonía de los blancos, se defendía el derecho de los ciudadanos a poseer arsenales, incluyendo armas diseñadas para el uso militar, el único matrimonio posible era entre un hombre y una mujer, no había programas sociales para asistir a los más pobres, se negaban los derechos de las mujeres, se prohibía el aborto, se ignoraban las atrocidades cometidas por la clase dominante, se restringía la inmigración de las personas de color y se privilegiaba la de europeos blancos.
Al mismo tiempo, hay un número igual de norteamericanos que se oponen a regresar al pasado, defienden el derecho de las minorías a vivir su vida como se les antoja y no están dispuestos a ceder ante la intolerancia.
Evidentemente, la polarización no es un fenómeno que solo afecta a Estados Unidos. También en Europa hay un enfrentamiento cotidiano entre liberales y conservadores. En España, por ejemplo, el conflicto entre unos y otros es de tal magnitud que el 54 % de los españoles encuestados por el Pew Center opinaron que su sistema político debe ser completamente reformado. La peor calificación entre 17 países de economías avanzadas.
¿Se pueden superar estas diferencias? No lo creo. El remedio que nos queda a los demócratas de todo el mundo es unificar al centro con la izquierda moderada para neutralizar a la derecha radical como lo hicieron recién en Francia, o como sucedió en Inglaterra, donde el Partido Laborista se deshizo de su nefasto prorruso, antisemita líder Jeremy Corbyn, y eligió a un hombre sensato, sir Keir Starmer, que ahora, como primer ministro de Gran Bretaña ha prometido gobernar desde el centro.