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Noticia
Nostalgia vallenata: la voz de Rafael Orozco sigue viva en el Caribe, como si nunca se hubiera ido
Hoy se cumplen 33 años del asesinato en Barranquilla del cantante del Binomio de Oro.
Rafael Orozco fue asesinado en 1992 en Barranquilla. Foto: Archivo / EL TIEMPO
Cada 11 de junio, el Caribe colombiano se cubre de una bruma de nostalgia. Desde tempranas horas de la mañana, las emisoras de Valledupar, Barranquilla, Santa Marta, y Cartagena sintonizan el mismo sentimiento: la voz eterna de Rafael Orozco.
Esa voz que fue himno de amores, suspiro de fiestas y estandarte de un vallenato que se atrevió a cruzar fronteras, aún suena como si nunca se hubiera ido.
Ese día, cada año, el recuerdo es más fuerte que la tristeza. Hace ya más de tres décadas, un viernes 11 de junio de 1992, la música vallenata perdió a uno de sus ídolos más grandes: el cantante, compositor y fundador del Binomio de Oro, fue asesinado a quemarropa frente a su casa, en la carrera 50 con calle 96A, en el norte de Barranquilla. Una ráfaga de ocho disparos no solo apagó una vida; desató una conmoción nacional que aún no se olvida.
El cantor
Rafael Orozco Maestre no era simplemente un intérprete. Era un fenómeno. Había nacido en Becerril, Cesar, en 1954, y desde niño soñó con ser cantante. Lo descubrió el acordeonero y productor Emilio Oviedo, pero fue con Israel Romero, el Pollo Isra, que dio el salto definitivo. En 1976, su primera canción como Binomio de Oro, La Creciente, auguró lo que vendría: un romance sin fin con el público.
Rafael Orozco Maestre, cantante del Binomio de Oro, fallecido en 1992. Foto:Codiscos
El Binomio no era una agrupación cualquiera. Era una orquesta vallenata moderna, con vestuarios relucientes, coreografías y una visión empresarial inédita para el género.
Grabaron 19 discos y conquistaron desde clubes sociales en Barranquilla donde mandaba la música afroantillana, hasta el Madison Square Garden en Nueva York.
Su estilo romántico, su estética cuidada, su propuesta formal, abrieron caminos que el vallenato tradicional jamás había transitado.
En Barranquilla, esa ciudad que lo acogió y lo catapultó, el eco de su voz aún vibra entre los parlantes de las emisoras. Los locutores lo recuerdan como si aún estuviera vivo.
Los expertos vallenatólogos desempolvan anécdotas y discos para honrar su memoria. Y en el cementerio Jardines de Recuerdo, donde reposan sus restos, los seguidores se congregan con flores, guitarras y lágrimas.
La tumba de 'Rafa' en el cementerio Jardines del Recuerdo en Barranquilla. Foto:Agencia Kronos
La noticia de su muerte cayó como un rayo. "Fundador y cantante de El Binomio de Oro fue baleado en Barranquilla", tituló 'El Tiempo' al día siguiente. El periodista Favio Poveda, su vecino, fue quien lo llevó a la Clínica del Caribe, donde llegó sin signos vitales. Tenía apenas 39 años, tres hijas Kelly Johana, Wendy y Loraine, una esposa Clara Elena Cabello.
Las hipótesis del crimen no tardaron en explotar. Se habló de un triángulo amoroso, de celos, de venganzas. Se detuvieron sospechosos.
Se acusó al narcotraficante José Reynaldo “El Nano” Fiallo de haber ordenado el asesinato por motivos pasionales. Fiallo aparecería muerto meses después en Medellín, junto con su escolta. Otros dos músicos que habían visitado a Orozco esa noche también desaparecieron misteriosamente.
Nunca hubo un cierre claro. La justicia, como tantas veces, se extravió. Pero la historia ya estaba escrita en el corazón del pueblo.
Un legado al folclor vallenato
Pocos artistas han tenido el carisma de Rafael Orozco. Su rostro era tan familiar como sus canciones: 'Relicario de besos', 'Sombra perdida', 'Dime pajarito', 'El higuerón', 'Chacunchá'. Su legado no fue solo musical: junto con Romero profesionalizó al vallenato, lo vistió de gala y lo sentó en las grandes mesas. Como bien lo expresó el vallenatólogo Rafael Oñate Rivero, “con el Binomio llegó la institucionalidad empresarial a la música vallenata”.
El cantante Rafael Orozco e Israel Romero, integrantes del Binomio de Oro. Foto:Carlos Capella / Archivo EL TIEMPO
Hoy, cada 11 de junio, su ausencia vuelve a sentirse como si fuera el primer día. Pero también se celebra su vida, su obra, su visión. Porque Rafael Orozco no murió; se convirtió en leyenda.
Una leyenda que sigue cantando al oído de generaciones que, sin haberlo visto en vivo, lo sienten más presente que nunca.
Y mientras suena en la radio ese coro que dice “Y así como en invierno un aguacero lloran mis ojos como las tinieblas y así como crecen los arroyuelos se crece también la sangre en mis venas”,
el Caribe entero vuelve a estremecerse, porque la voz de Rafael Orozco aún suena, como si nunca se hubiera ido.
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LEONARDO HERRERA DELGANS periodista EL TIEMPO [email protected] y en X:@leoher70